Hace cien años: la revolución rusa
Hace cien años, en 1917, se sucedieron dos revoluciones en Rusia: una en febrero y otra en octubre. La primera condujo a la abdicación del zar, monarca absoluto, a la separación de la Iglesia y el Estado y al sufragio universal. La segunda, llevada a cabo por el pueblo bajo el eslogan de «pan, paz y tierra» condujo a la toma del poder por los comunistas (conocidos como bolcheviques).
Los días que estremecieron al mundo
Hace cien años, en 1917, se sucedieron dos revoluciones en Rusia: una en febrero y otra en octubre. La primera condujo a la abdicación del zar, monarca absoluto, a la separación de la Iglesia y el Estado y al sufragio universal. La segunda, llevada a cabo por el pueblo bajo el eslogan de «pan, paz y tierra» condujo a la toma del poder por los comunistas (conocidos como bolcheviques). Esta fue impulsada por la voluntad de destruir el orden establecido, capitalista - y en Rusia, mayoritariamente feudal e incapaz de sacar a la población de la miseria y de la guerra -, así como por el objetivo de construir otra sociedad. Se trató del primer intento en el mundo de construir el socialismo, en el que se produjeron aciertos pero también importantes errores y que marcó la historia del siglo veinte. ¿En qué contexto tuvo lugar esta revolución? ¿Se trata de un fenómeno ruso o internacional? ¿Cómo se desarrolló? ¿Cuál ha sido su influencia para nosotros y en el resto del mundo? Haremos un esbozo del proceso que hizo temblar al mundo desde sus cimientos.
Una guerra mundial mortífera que condujo a una ola internacional de revueltas
Para comprender la revolución de octubre de 1917 es indispensable echar un vistazo al contexto internacional de la época, el de la Primera Guerra Mundial desatada en 1914, a la profunda crisis que provocó en toda Europa y a la sucesión de revueltas y de revoluciones en todo el continente que acabaron conduciendo al final de dicha guerra.
En agosto de 1914 la guerra comenzó como un gigantesco enfrentamiento entre dos bloques: por un lado, el bloque del Imperio británico, con Francia y el zarismo ruso, y por otro, el bloque de la Alemania del Kaiser, del Imperio austrohúngaro y del Imperio otomano (turco).
Antes de 1914, para los socialistas de la época reunidos en la Segunda Internacional, la guerra mundial que se preparaba era una guerra perseguida por las grandes potencias rivales para hacerse con el control de los mercados en los distintos continentes. Todos rechazaban la guerra y afirmaban que jamás votarían a favor de los presupuestos para llevarla a cabo.
Algunos se limitaban a decir que había que negarse a participar y que había que defender la paz. Este era el caso de los socialistas alemanes, belgas, franceses, británicos y de una parte de los socialistas rusos, llamados mencheviques.
Otra parte de los socialistas rusos, llamados bolcheviques, bajo la dirección de Lenin, iban más allá. Según ellos, la única manera de poner fin a la guerra mundial era preparar el derrocamiento del sistema capitalista responsable de las guerras. Según los bolcheviques, si estallaba la guerra, había que hacer un llamamiento a los soldados y trabajadores a empuñar las armas contra su propio gobierno y no contra los trabajadores de otros países denominados “países enemigos”.
Pero cuando estalló la guerra en 1914, la inmensa mayoría de los dirigentes socialistas votó a favor de los créditos de guerra y llamaron a los trabajadores a alistarse del lado de sus respectivos gobiernos contra los trabajadores de los países enemigos. Solamente el partido de Lenin –el partido bolchevique– y algunas corrientes minoritarias de los demás países se opusieron a la guerra.
Tres años más tarde, los falsos pronósticos de que aquella guerra iba a terminar rápidamente, fueron desmentidos. Después de decenas de millones de muertos y heridos en la carnicería de las trincheras, la voluntad de los pueblos de los países beligerantes era de poner fin a la matanza y a la hambruna fruto de la guerra. Pero esta voluntad chocó de inmediato con el rechazo o la incapacidad de los dirigentes políticos de la época. Peor aún, la guerra se atascó y ante la ausencia de salidas, los generales duplicaron la violencia, la barbarie y la brutalidad, esperando una victoria.
Entre las tropas francesas, los 200.000 muertos de la ofensiva de Nivelle en el Camino de las Damas durante la primavera de 1917 y las horribles condiciones de vida en el frío y en el fango provocaron motines a lo largo de todo el frente.
Numerosos soldados se mutilaron para poder abandonar el frente. Algunos se negaron a participar en nuevos ataques. El eslogan que más se extendió fue el de “Abajo la guerra”. Las privaciones de todo tipo y el hambre empujaron igualmente a la población civil al levantamiento.
Movimientos similares se desarrollaron entre otros ejércitos europeos, incluso en el seno de la armada alemana donde un refrán se volvió muy popular: “No combatimos por la patria, no combatimos por Dios. Combatimos para los ricos. A los pobres los abatimos.” Por todas partes, los de abajo no podían más y los de arriba empezaban a no saber qué hacer para escapar.
Una ola revolucionaria internacional
Este arranque de violencia llegó a poner en riesgo la sagrada unión entre el establishment y amplias capas de la población de los países en conflicto.
En 1917, frente al rechazo o a la incapacidad de los partidos en el poder de ponerle fin a las masacres, un movimiento revolucionario se desató entre los soldados del frente, en los sindicatos obreros y en los partidos de izquierda de varios países. Y fue esta ola revolucionaria la que puso fin a la guerra.
La ola comenzó en Gran Bretaña con la salvaje huelga de obreros de Clyde (cerca de Glasgow) y más tarde de Liverpool.
En Italia surgieron numerosos movimientos sociales y políticos; en Rusia, en 1916 hubo una huelga general de obreros de Petrogrado (el preludio de las revoluciones de 1917); en Alemania, el contagio de las huelgas de abril de 1917; y en Francia la huelga obrera de mayo de 1917.
El 30 de octubre de 1918, en Kiel, Alemania, después de un motín de la flota de guerra, la agitación se expandió como la pólvora. El 8 de noviembre, fueron apareciendo consejos obreros en todas las grandes ciudades del país. El 9 de noviembre estalló la revolución en Berlin y el Kaiser Guillermo abdicó. El social-demócrata Friedrich Ebert formó un nuevo gobierno, pero se asoció con el Estado Mayor para luchar contra el “bolchevismo”. Tomó la decisión de firmar el armisticio del 11 de noviembre de 1918 para poder ahogar el movimiento revolucionario. Mientras tanto, un comité de acción revolucionaria se puso en pie para crear una República soviética en Alemania. Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo dirigieron la insurrección. Pero el gobierno social-demócrata contrató entonces a los llamados “cuerpos francos”, una milicia paramilitar contrarrevolucionaria, para aplastar dicha revolución, matando así a cientos de personas, entre ellas a Luxemburgo y a Liebknecht.
Entre 1919 y 1920, también Italia se vió sacudida por una verdadera crisis revolucionaria. La agitación social llegó particularmente a las zonas rurales. En numerosas empresas nacieron los consejos de fábrica, similares a los soviets. Este movimiento no triunfó, pero asustó tanto a la gran burguesía que decidió financiar a los fascistas, abriendo así la vía que permitiría a Mussollini tomar el poder dos años más tarde.
En el imperio austrohúngaro un gran movimiento huelguístico condujo a la abdicación del emperador Carlos I. Después, entre el 21 de marzo y el 6 de agosto, se estableció en Hungría una república soviética dirigida por el comunista Béla Kun. Pero fue aplastada de forma sanguinaria por las fuerzas reaccionarias. En este contexto de revueltas y revoluciones en todo el continente, se desarrolló la revolución de octubre en Rusia.
Febrero de 1917 | La revolución de febrero que derrumbó el zarismo
En Rusia, el zarismo era un poder feudal, medieval, absoluto, que reinaba sobre una población esencialmente campesina y analfabeta. A principios de 1917, la matanza de la guerra se sumó a la más terrible miseria social.
A principios de siglo, los campesinos rusos vivían en condiciones similares a los campesinos belgas o franceses del siglo XIV. Bajo el zarismo, una monarquía absoluta representada por Nicolás II, la clase dominante era la nobleza terrateniente: 30.000 terratenientes poseían tantas tierras como 10 millones de familias campesinas juntas. Varios centenares de revueltas campesinas estallaron ya a principios del siglo XX. La policía y el ejército del zar aplastaron dichas luchas sin piedad, mientras la clase obrera era explotada ferozmente.
Pero la situación social en Rusia empeoró más aún con la guerra. Dos millones y medio de rusos perdieron la vida. Desde 1916, los motines estallaron y el número de desertores alcanzó el millón de personas. En la retaguardia estallaron las huelgas.
En febrero de 1917, en Petrogrado (hoy San Petersburgo, capital de Rusia en aquella época), un movimiento comenzó en la fábrica de armamento de Poutilov (la empresa más grande de la ciudad), carente de suministros y forzada a cerrar. Miles de obreros se quedaron sin empleo y se encontraron en las calles. El 23 de febrero (8 de marzo según nuestro calendario), varios cortejos de mujeres se manifestaron para reclamar pan, desesperadas por las interminables colas ante las panaderías.
Las exigencias económicas “¡Pan, trabajo!” fueron el detonante de un movimiento reivindicativo que al principio no tenía nada de revolucionario. Pero al día siguiente, el movimiento de protesta se extendió. Los manifestantes se armaron saqueando los cuarteles de la policía. El 25 de febrero de 1917, la huelga ya era general. Los eslóganes eran cada vez más radicales: “¡Abajo la guerra!”, “¡Abajo la autocracia!”. Los enfrentamientos con las fuerzas del orden dejaron muertos y heridos en ambos bandos. El 26 de febrero, la multitud invadió la ciudad. Hacia el mediodía, los junkers (alumnos de oficiales) dispararon, dejando 150 muertos. El zar proclamó el estado de sitio, pero en la noche del 26 al 27 de febrero, los regimientos de élite, traumatizados por haber disparado a sus “hermanos obreros” se rebelaron. El 3 de marzo de 1917, el Antiguo Régimen ruso se derrumbó como un castillo de naipes. Era el fin del zarismo.
Febrero de 1917 - Octubre de 1917 | El doble poder: los soviets y el gobierno provisional
El período que comenzó en febrero de 1917 se caracterizó por un doble poder: el de los soviets (“consejos” en ruso) por un lado y el del gobierno provisional por el otro.
Los soviets eran asambleas de trabajadores, de campesinos, de soldados o de habitantes que tomaban decisiones de forma directa. Aparecieron a lo largo de la primera revolución rusa, la de 1905 (la que fracasó). En los soviets, las clases populares se reunían para debatir, pero también para autogestionar toda una parte de la vida local. El soviet era la expresión organizada del desafío de los trabajadores, de los campesinos y de los soldados hacia todos aquellos que les habían oprimido.
El soviet de Petrogrado en el que los obreros y los soldados de la guarnición eligieron a sus representantes, actuó desde el inicio como un poder gubernamental. Decidió que se ocuparan inmediatamente el Banco del Imperio, la Tesorería, la Moneda y los servicios de fabricación de billetes. Los obreros, los soldados y pronto los campesinos también se dirigían desde entonces solamente al soviet, a la encarnación misma de la revolución.
Los obreros eligieron a los socialistas, es decir a quienes estaban no solamente en contra de la monarquía sino también, al menos de palabra, contra la burguesía. No diferenciaban prácticamente entre los tres partidos llamados socialistas: los social-revolucionarios (sobre todo influyentes entre el campesinado), los mencheviques (social-demócratas) y los bolcheviques. En un primer momento, los mencheviques y los social-revolucionarios tenían una clara preponderancia.
Pero las antiguas instituciones todavía existían: el Parlamento (la Duma), sometido al zar, los consejos municipales… Estos órganos tradicionales estaban dominados por los partidos de la burguesía y de los campesinos más ricos. Paralelamente a la construcción del soviet de Petrogrado, se había formado un gobierno provisional en torno al príncipe Lvov, miembro del Partido constitucional democrático (los cadetes), el principal partido de la burguesía. Los social-revolucionarios y los mencheviques social-demócratas, también decidieron entrar a formar parte de él. El gobierno mantuvo la participación en la guerra y no lanzó ninguna reforma agraria… Muchos de aquellos socialistas justificaban de este modo la continuación de la guerra “en nombre de la revolución”. Desde el principio, Lenin, dirigiendo a los bolcheviques, denunció esta orientación.
Se daba una situación de doble poder, aunque el soviet de Petrogrado, presidido por un social-demócrata menchevique, diera su confianza al gobierno provisional a la espera de la convocatoria de una Asamblea constituyente.
Lenin veía los soviets como el instrumento central de la revolución. Defendió la consigna: “¡Todo el poder para los soviets!”. Según él, el poder de los trabajadores no era el del gobierno provisional, sino el poder de los soviets. Para él, el objetivo principal de la revolución era el de traspasar todo el poder del gobierno provisional hacia los soviets.
Las promesas incumplidas del gobierno provisional
El gobierno provisional no quiso tomar ninguna medida demasiado radical, ni siquiera la de la proclamación de la República. Rechazó las reivindicaciones de los soviets como la de poner fin a la guerra, la de la distribución de las tierras de los grandes terratenientes entre los campesinos, la de la jornada de 8 horas… Pospuso estas cuestiones para una futura Asamblea constituyente aún afirmando que era imposible convocarla mientras siguiera habiendo millones de electores en el frente.
Pero la impopularidad de la guerra y del gobierno provisional hizo que cada vez más y más obreros pasaran al bando de los bolcheviques. A principios de junio, ya eran mayoritarios en el soviet obrero de Petrogrado. El ejército se descompuso, los soldados se negaron a subir a primera línea de batalla, las deserciones se multiplicaron. Los soldados y los obreros se manifestaron para exigir a los dirigentes del soviet de la ciudad que tomaran el poder.
Los bolcheviques apoyaron a los manifestantes y la represión golpeó entonces al partido, al que se acusaba de estar a sueldo de los alemanes. Los regimientos que apoyaron la revolución fueron enviados al frente en pequeños destacamentos y los obreros fueron desarmados. La pena de muerte que había sido abolida en febrero, se reinstauró.
El gobierno estaba en crisis. Algunos ministros y fuerzas zaristas consideraron que había llegado el momento de restablecer el orden zarista.
El 9 de septiembre, el jefe del estado mayor pro-zarista Kornilov, nombrado por el Primer ministro social-demócrata Kerenski, se preparó para aplastar a los soviets y a las organizaciones obreras. Pero fueron los soviets quienes infligieron una derrota mayor a Kornilov dándole un vuelco a la situación y Kerenski no fue capaz de impedirlo. Los bolcheviques estuvieron en primera línea contra Kornilov y salieron reforzados de estos combates. Los soviets de Petrogrado y de Moscú se volvieron mayoritariamente bolcheviques.
El pan, la tierra, la paz: las aspiraciones de octubre de 1917
Durante el otoño de 1917, los pueblos también se alzaron. Los campesinos se apropiaron de las tierras de los grandes terratenientes. Ante esta noticia, los soldados que eran de origen mayoritariamente campesino, retornaron en masa para poder participar en la redistribución de las tierras. Fue entonces cuando los trabajadores de Petrogrado decidieron que, para poner realmente fin a la guerra, darle la tierra a los campesinos y alcanzar la jornada de ocho horas, había que derrocar al gobierno de Kerenski. Fue el comienzo de la revolución de octubre.
En la noche del 24 al 25 de octubre de 1917, los destacamentos de soldados salieron de los cuarteles y los obreros armados abandonaron las fábricas. Marcharon hacia los centros neurálgicos de la ciudad: puentes, estaciones, banco central, centrales de correos y de telefonía.
No encontraron más que una débil resistencia. A parte de algunos batallones de alumnos de oficiales, en las tropas de la capital nadie más apoyaba al gobierno provisional del primer ministro Kerenski.
Esta insurrección había sido preparada por el partido bolchevique. El 10 de octubre, la dirección del partido había llegado a la conclusión de que la situación nacional e internacional se estaba tambaleando. La insurrección había estallado en la flota alemana y en toda Europa, ya habían arrancado los movimientos revolucionarios contra la guerra. En Rusia, la amenaza de que el gobierno capitulara y dejara Petrogrado en manos de los alemanes, era real. En el seno del país, los campesinos se sublevaban en masa y tanto obreros como campesinos pasaban al bando de los bolcheviques. La derecha zarista preparaba una ofensiva para recuperar el poder, como ya lo había intentado con el general zarista Kornilov.
El poder del estado pasó a los Soviets
El segundo Congreso de los soviets se reunió el 25 de octubre por la noche. Los bolcheviques contaban entonces con la gran mayoría. En treinta y tres horas se tomaron medidas que el gobierno provisional no había tomado en ocho meses de existencia. Durante la noche del 26 de octubre, el Congreso de los soviets aprobó el decreto sobre la paz. Invitó a los países beligerantes a firmar un armisticio de al menos tres meses para llevar a cabo las negociaciones de paz (el armisticio con Alemania fue finalmente firmado en marzo de 2018).
La misma noche, adoptó un decreto para que la tierra perteneciera a quienes la cultivaban y el “derecho de propiedad de los grandes terratenientes sobre la tierra fue abolido inmediatamente, sin ninguna indemnización”. Todas las riquezas del subsuelo (petróleo, carbón, minerales…), los bosques y las aguas se tornaron propiedad del pueblo. Otro decreto instauró el control obrero sobre las fábricas, así como la jornada de 8 horas. El congreso de los Soviets constituyó un gobierno: el Consejo de los comisarios del pueblo (ministros). Y Lenin adquirió el cargo de presidente.
Desde octubre de 1917 hasta febrero de 1918, la revolución se extendió por todo el país. Al mismo tiempo, se llevaron a cabo numerosas reformas además de las ya citadas: la anulación de la deuda pública rusa, la nacionalización de los bancos y de las grandes industrias; el fin de toda discriminación en base a la nacionalidad y el derecho a la autodeterminación de las naciones que componían el imperio ruso; la igualdad completa de los derechos de las mujeres, la igualdad salarial entre hombres y mujeres, la legalización del aborto, en 1920, y algunas medidas para alfabetizar a la población, favorecer la educación y suprimir los gastos universitarios.
Una terrible guerra civil
Pero desde el primer día de su existencia, la joven Unión Soviética (el nombre que tomó el país después de la revolución) se vió confrontada al intervencionismo, al bloqueo económico, al asedio político y militar. Las antiguas fuerzas zaristas, apoyadas por las potencias occidentales, trataban de derrocarla. En 1918, los ejércitos británico, francés, japonés, italiano y americano desembarcaron y apoyaron a las fuerzas zaristas que operaban en el conjunto del territorio. De 1918 a 1921 esta guerra civil trajo consigo millones de muertos, fundamentalmente víctimas de la hambruna provocada por las intervenciones militares extranjeras y por el bloqueo orquestado por las potencias occidentales.
El Primer ministro que tenía “un miedo atroz de una revolución también en Bélgica”
«A finales de 1920, el Primer ministro católico conservador Henri Carton de Wiart entró en pánico ante la idea de que en Bélgica se desarrollara también una revolución siguiendo el ejemplo bolchevique», escribió el historiador y periodista Marc Reynebeau. Tras la revolución de octubre en Rusia, se introdujeron rápidamente numerosas reformas sociales y políticas en toda Europa. El miedo de un contagio revolucionario alcanzó en la época a todo el establishment, como el ilustre Carton de Wiart. Si el movimiento obrero logró conquistar sus derechos sociales fue debido a sus propias luchas, duras y heroicas, pero también debido a la existencia de la Unión Soviética.
En la Unión Soviética, tras la revolución de 1917 se construyó un verdadero sistema de protección social que inspiró a numerosos miembros del movimiento obrero de todo el mundo. Desde el 30 de octubre de 1917, la Unión Soviética instauró una protección social completa que incluía la baja laboral temporal (por enfermedad o accidente), la asistencia médica, la baja por maternidad (por un prolongado período), el paro, la invalidez permanente…
Los trabajadores accidentados o que caían enfermos, tenían su empleo y su sueldo garantizados. Estos principios constituían un marco de protección general del trabajo, único en el mundo en aquella época. Fueron estos principios los que se convirtieron en el núcleo de las reivindicaciones del movimiento obrero en los países occidentales durante las siguientes décadas. Si hoy se consideran derechos fundamentales los derechos económicos y sociales, es decir, el derecho a la salud, a la educación… es en gran parte el resultado de 1917. El economista Friedrich Hayek, principal ideólogo de la corriente neoliberal de Reagan y Thatcher escribió: “los derechos económicos y sociales son una ruinosa invención de la revolución marxista”.
En Bélgica hizo falta una nueva huelga general en 1919, pero sobre todo el miedo al contagio revolucionario, para que en 1921 fueran introducidas la jornada de 8 horas y la semana de 48 horas. Lo mismo ocurrió con el sufragio universal que se acordó (solamente a los hombres) en 1919 (después también de tres huelgas generales en 1893, 1902 y 1913). También fue la Revolución rusa la que estableció, por primera a, el principio de que las mujeres debían acceder a los derechos políticos, algo que hasta entonces no había sido reconocido por los liberales. En Bélgica, las mujeres tuvieron que esperar hasta 1948 para obtener este derecho.
La emancipación colonial
Pero la revolución de octubre inspiraría también la lucha por la liberación nacional y contra la discriminación racial. Todo el planeta era en aquel entonces propiedad privada de las grandes potencias imperiales e imperialistas. Lenin hizo un llamamiento a “la lucha contra la opresión de las naciones dependientes y de las colonias, así como por el reconocimiento de su derecho a la secesión”.
La Rusia soviética desveló al mundo los tratados secretos entre las potencias coloniales, como el tratado Sykes-Picot en Oriente Medio. El apoyo que proporcionaría después al movimiento anticolonial contituirá un elemento de mayor importancia para los movimientos de liberación nacional del tercer mundo.
En los Estados Unidos, los negros no podían votar. Pero en 1952 el minsitro de Justicia de EEUU escribió a la Corte Suprema: “Es fundamental que declaréis la inconstitucionalidad de las leyes que establecen la segregación contra los negros, si no esto beneficiará a la Unión soviética y al movimiento comunista en el tercer mundo y en el mundo colonial.”
Artículo publicado en el periódico mensual Solidaire de julio de 2017.