¿Debemos dar las gracias al capitalismo por la vacuna?
"Ya lo sabemos desde Adam Smith, pero esto es un buen recordatorio: la competencia funciona para el interés público." Esta fue la reacción de Johan Van Overtveldt, ex Ministro de Finanzas y actual eurodiputado por la N-VA (partido nacionalista flamenco de derecha), ante el anuncio de las vacunas contra el coronavirus por parte de Pfizer-BioNTech y de Moderna. Haciendo referencia al economista conocido como "el padre del capitalismo", lo que quiere decir, claramente, es que debemos el desarrollo de las vacunas contra el Covid-19 al libre mercado capitalista y a la benevolencia de las multinacionales farmacéuticas. Hay al menos cinco razones por las que está completamente equivocado.
1. Podríamos haber tenido una vacuna mucho antes
En el canal de televisión estadounidense MSNBC, el experto científico Peter Hotez explicaba que la búsqueda de una vacuna contra los coronavirus no es de antes de ayer. Empezó hace 17 años. En aquel entonces, las primeras vacunas experimentales ya estaban siendo estudiadas.
De hecho, en 2003 y 2004, el mundo ya se enfrentó a una grave epidemia de SARS, el hermano mayor del coronavirus que ahora está causando estragos en todo el mundo. En 2012, otro coronavirus atacó principalmente a Oriente Medio. Pero cuando las epidemias se extinguieron, también se volatilizó el interés de las multinacionales farmacéuticas.
En 2016, cuando el equipo de Hotez estuvo a punto de descubrir una vacuna contra un cierto tipo de coronavirus, ningún inversor mostró interés. Nunca ha sido probada en humanos.
Y hay aún más: Cuando la Comisión Europea quiso invertir más fondos públicos en la investigación sobre pandemias en 2017, fue la propia industria farmacéutica la que descartó esta propuesta: "No vale la pena. No se puede obtener ningún beneficio."
¿Pero por qué? Porque el desarrollo de las vacunas es costoso y los márgenes de beneficio son bajos. Una vacuna eficaz te protege durante mucho tiempo. Imaginad: una pequeña inyección para todos y habéis erradicado una enfermedad. Para una compañía farmacéutica, este es un escenario catastrófico. Prefieren invertir en medicamentos que se ingieren durante un largo período de tiempo.
En su libro, La guerra de los medicamentos: ¿por qué son tan caros? (publicado en 2004), Dirk Van Duppen, militante del PTB y médico de Medicina para el Pueblo, ya explicaba cómo la batalla por los medicamentos "estrella" que se venden bien, se está librando a expensas de la salud pública. En lugar de invertir en vacunas contra el SARS, Pfizer siguió con esta política. A principios de este siglo, una cuarta parte de las ventas de Pfizer consistían en un único producto: el inhibidor de colesterol Lipitor.
2. Hubo que neutralizar al libre mercado para poder producir una vacuna rápidamente
Desde marzo, las vacunas contra la covid-19 se han desarrollado a un ritmo récord. Y no es gracias a la libre competencia. Al contrario, para ello ha sido necesario neutralizar el libre mercado.
Por eso la Comisión Europea denomina a su estrategia de vacunación contra el coronavirus "reducción de los riesgos": y es que el riesgo de inversión de la compañía se transfiere al gobierno. La Comisión compró vacunas que aún no habían terminado de ser desarrolladas. Si la vacuna no se hubiera podido desarrollar completamente, ese dinero se habría perdido. Por lo tanto, la empresa privada no corría prácticamente ningún riesgo.
El hecho de que el gobierno eliminara ese riesgo de inversión, fue por lo que se pudieron desarrollar tan rápidamente las vacunas. Porque una empresa farmacéutica preferiría no empezar la producción hasta estar totalmente segura de que la vacuna es eficaz y puede ser comercializada. El riesgo ligado a la inversión es demasiado alto. Dado que es la rentabilidad financiera lo que prima y no la necesidad social, las empresas no pasan a la siguiente etapa salvo que tengan plena certeza de la precedente.
Esta es una de las razones por las que el desarrollo de una vacuna suele llevar tanto tiempo. En lugar de considerar esto como un "riesgo ligado a la inversión", como hacen las empresas privadas, las autoridades públicas partieron de la necesidad social de disponer rápidamente de una vacuna, teniendo en cuenta la envergadura de la crisis sanitaria y económica. De esta manera, la producción a gran escala pudo iniciarse antes incluso de tener la certeza de que la vacuna fuera eficaz.
En Estados Unidos, templo mundial del capitalismo, ocurrió algo similar. Al gigante Pfizer le gusta afirmar que no ha recibido financiación pública para el desarrollo de su vacuna. Esto es cierto tan sólo porque poseía una vacuna desarrollada por BioNTech, una compañía alemana con apoyo de las autoridades alemanas. Como la propia BioNTech carecía de la infraestructura necesaria para poder probar y producir la vacuna, esta cayó como una fruta madura en manos del mastodonte farmacéutico.
El gobierno de EE.UU. hizo un pedido de más de 2 mil millones de euros antes incluso de que comenzaran los ensayos clínicos. La vacuna Moderna fue desarrollada en un 99.9 % con fondos públicos. Fue la cantante de country Dolly Parton (y no la industria farmacéutica) quien proporcionó el 0,1 % restante, es decir un millón de dólares de financiación privada.
3. Quien dice capitalismo, dice vacunas más caras
Se dice que, bajo el capitalismo, la libre competencia garantiza unos precios más bajos. Pero las vacunas contra la Covid-19 muestran todo lo contrario. Aunque el sector privado no haya invertido mucho por sí mismo y el riesgo lo haya asumido la colectividad, las patentes y la propiedad intelectual han quedado en manos de las empresas.
Esto significa que estas empresas privadas deciden ellas mismas qué cantidad producen y a qué precio. Es como si después de haber pagado por los planos de una silla, por su producción y por el riesgo corrido al utilizarla, así como por su precio de compra, todavía tuvieras que pagar cada año para poder sentarte en ella.
El gobierno y las multinacionales farmacéuticas mantienen en secreto la forma en que se ha fijado ese precio. Todo se negocia en los pasillos. El contribuyente no tiene derecho ni siquiera a saber cuánto está pagando exactamente por las vacunas. Sin embargo, la transparencia de los precios permitiría a las autoridades hacer competir a los productores entre sí. ¿Por qué no utilizar el precio más bajo de la vacuna, para bajar el precio de las más caras? Para nuestros decisores políticos y para la industria farmacéutica, no hay debate.
Lo que sí sabemos es que los acuerdos corren "a cuenta de la casa". Es decir, a la nuestra. La "disposición a pagar" es un punto importante en este caso. ¿Cuánto está dispuesto a pagar un país para tener acceso a un medicamento? Otro punto crucial es, evidentemente, el margen de beneficios.
El CEO de Pfizer ha admitido esto públicamente, de hecho. Le pareció "fanático y radical" el pretender que las empresas no se lucraran con esta vacuna. En cambio que los beneficios de los accionistas estén subvencionados con dinero de los contribuyentes, no le supone ningún problema.
Dado que en el caso de casi todas las vacunas contra la covid-19, la investigación, el desarrollo, la ampliación de la capacidad productiva y el riesgo financiero (incluidos por los efectos secundarios) se sufragan en gran medida con dinero público, esto significa que en el momento de la compra el contribuyente en realidad estaría pagando la vacuna por tercera o cuarta vez.
Seamos claros: invertir los beneficios en medicamentos esenciales no es, ni de lejos, la prioridad de las empresas farmacéuticas. En 2019, los Pharma Papers revelaron cómo las empresas farmacéuticas se han convertido en mastodontes financieros, para quienes la salud es secundaria.
Entre 1999 y 2017, once grandes empresas farmacéuticas obtuvieron beneficios de más de un billón de euros. Más del 90% de esta cantidad fue distribuido entre los accionistas. Según el analista Peter Cohan de la revista Forbes, Moderna podrá contar con 34.000 millones de dólares (casi 28.000 millones de euros) de ingresos adicionales el año que viene. Y Pfizer-BioNTech con 20.000 millones de dólares (más de 16.000 millones de euros) según la CNN. Según The Guardian, solamente el beneficio de la vacuna ya supera con creces el del producto más vendido de Pfizer que son las vacunas antineumocócicas.
4. No habrá vacuna antes del 2023 para los países pobres
En el siglo pasado, la poliomielitis, que es una enfermedad infecciosa grave y muy contagiosa, se cobró numerosas víctimas. En los años 50, el investigador norteamericano Jonas Salk descubrió una vacuna contra esta enfermedad. Cuando se le preguntó quién tenía la patente de su invento, Salk respondió: "El pueblo. No hay patente. ¿Podría usted patentar el sol?" La vacuna contra la polio entró en el mercado internacional libre de patentes, permitiendo así que la enfermedad fuera completamente erradicada en muchas partes del mundo.
Supongamos que unas empresas deciden hoy hacer una producción libre de derechos de propiedad, como hizo Jonas Salk con su vacuna contra la polio. Podríamos entonces lanzar una producción masiva en la India, Brasil o Sudáfrica.
Esto permitiría a muchas más personas tener un acceso mucho más rápido a la vacuna. Es importante. En caso de pandemia, nadie está a salvo hasta que no estemos todos a salvo. Por lo tanto, es preciso que se disponga de vacunas seguras y eficaces lo antes posible y de la forma más amplia posible.
El hecho de que se trate de un nuevo tipo de vacuna ("de ARN mensajero") puede contribuir a ello. Estas vacunas se pueden producir más rápida y fácilmente, en instalaciones más pequeñas y baratas que las vacunas tradicionales.
Pero el capitalismo no se inscribe dentro de esta lógica. Se dice que el capitalismo está basado en la libre competencia. Pero las patentes y los derechos de propiedad intelectual eliminan esta competencia y confieren a una o a varias empresas el monopolio sobre la vacuna. Por consiguiente, los derechos de propiedad intelectual limitan tanto la producción como la disponibilidad de la vacuna.
Mientras tanto, los países occidentales sí que han comprado rápidamente las existencias disponibles. Pero para muchas personas de los países más pobres, no habrá ninguna vacuna disponible antes de 2023. En septiembre, Oxfam ya había dado la señal de alarma de que algunos países ricos ya habían comprado más de la mitad de las vacunas disponibles. También según Oxfam, en casi 70 países pobres, desde Afganistán hasta Ucrania, y desde Burundi hasta Zimbabwe, sólo una de cada diez personas tendrá acceso a la vacuna el año que viene. Documentos internos de CoVax (el dispositivo de acceso mundial para una vacuna contra la Covid-19) sugieren incluso que miles de millones de personas tendrán que esperar hasta el 2024.
5. Ser el primero en tener la vacuna aporta más que tener la mejor vacuna
La competencia entre las multinacionales ralentiza el desarrollo de vacunas de calidad. Tomemos como ejemplo las vacunas de Pfizer y Moderna. Ambas están basadas en la misma tecnología del ARN mensajero. El primero debe mantenerse a -70 ºC, más frío que en la Antártida. La segunda a -20°C. El hecho de que se requieran dos dosis, que deban ser conservadas a temperaturas extremadamente bajas, hace que la vacuna de Pfizer, la primera en el mercado, no esté adaptada para campañas de vacunación mundiales a gran escala. Además, la logística que requieren las dos vacunas ha tenido que desarrollarse de manera distinta.
Si Moderna hubiera compartido su tecnología, no hubiéramos necesitado súper congeladores. Ahora nos encontramos con dos vacunas muy similares (ARN mensajero) para las cuales necesitamos desarrollar dos protocolos diferentes. La lógica capitalista de la competencia resulta por tanto totalmente ineficaz.
Para las compañías era más importante ser los primeros que desarrollar la mejor vacuna. Una vez que una vacuna ha sido aprobada, se vuelve más difícil para los competidores desarrollar vacunas alternativas. De hecho, los demás deben demostrar que la eficacia de su producto no es inferior a la del producto que ya está registrado. Incluso si son productos más baratos, más fáciles de producir o de distribuir. La rápida aprobación de las vacunas obstaculiza por tanto el desarrollo de competidores potencialmente mejores.
La alternativa: hacer de las vacunas un bien público
Tanto antes de la pandemia como durante, el capitalismo actúa como un freno para un acceso rápido y amplio a una vacuna. Podría ser de otra manera. Supongamos que un consorcio público prepara la estrategia de vacunación. Probablemente decidiría desarrollar no una vacuna sino varias, para no poner todos sus huevos en una misma cesta. Las diferentes vacunas podrían ser probadas en todo el mundo y comparadas entre sí. Una vez que las vacunas estuvieran listas, se podría decidir aplicarlas a los grupos prioritarios mientras se continúan los ensayos con otras vacunas candidatas. Cualquiera que tuviera la oportunidad, podría producir la vacuna en cualquier parte del mundo. Y si en el futuro se desarrollaran mejores vacunas, podríamos tomar nuevos rumbos. Así se podría garantizar que el conjunto de la población estuviera protegida de la manera más segura, más eficaz y menos costosa posible.
El hecho de quitar la vacuna de las manos de las multinacionales farmacéuticas tiene una ventaja adicional. El escepticismo con respecto a las vacunas no tiene tanto que ver con una falta de confianza en la ciencia o en el médico como con una desconfianza hacia una industria farmacéutica que antepone los beneficios a la salud. La gente, pero también los médicos, se están haciendo preguntas. Cuando se trata de vacunar a millones de personas, la confianza es primordial. El hecho de poner la vacuna bajo control público y dejar claro que nadie se va a beneficiar con ella podría contribuir a fortalecer esta confianza.
El PTB apoya la Iniciativa Ciudadana Europea para convertir las vacunas en un bien público. El objetivo es obligar a la Comisión Europea a retirar la vacuna contra la COVID-19 de las manos de las farmacéuticas multinacionales. También tiene como objetivo que la vacuna esté disponible y sea accesible para todo el mundo, y aboga por una total transparencia y un control público. La iniciativa también cuenta con el apoyo de sindicatos, asociaciones, ONG y militantes de diez países europeos. Firme aquí: "No al lucro sobre la pandemia".