COP30 — La Conferencia de la ONU sobre el Clima no puede seguir retrasando las soluciones

Análisis
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PVDA-PTB - PCF - PCP CP of Britain - PCE
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En la COP30, los Estados están obligados a actualizar sus planes climáticos, diez años después del Acuerdo de París y tras el fracaso de la COP29 en Bakú. Mientras tanto, el último informe climático de la ONU, “No More Hot Air… Please!”, es claro: las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero siguen aumentando pese a todos los compromisos declarados. El mundo continúa enfrentándose a un aumento medio de la temperatura global cuyos efectos ya se sienten en la vida de la población.

La COP sigue siendo uno de los últimos foros de diálogo internacional que siguen funcionando, aunque Estados Unidos —seguido por la Unión Europea— margine cada vez más tanto a la ONU como al derecho internacional. Este año la COP se celebrará en Brasil: un escenario de fuertes contrastes. Por un lado, Trump se prepara para abandonar de nuevo el Acuerdo de París, apuntando a los países BRICS como nuevos enemigos de su agenda imperialista. Por otro lado, Lula pretende utilizar la COP para forzar a las principales potencias capitalistas a asumir sus responsabilidades: financiar a la periferia y admitir su responsabilidad histórica en el cambio climático. Ha invitado a 3.000 representantes indígenas. Paralelamente a la propia COP, Belém acogerá una “Cumbre de los Pueblos” que reunirá a más de 850 organizaciones, sindicatos y ONG —principalmente de América Latina— para exigir justicia climática y social.

El capitalismo no es, ni será, verde

Las personas trabajadoras y los pueblos son las primeras víctimas de la degradación ambiental y de los impactos del cambio climático. La naturaleza explotadora, opresiva, agresiva y depredadora del capitalismo se expresa cada día en el empeoramiento de las condiciones de vida de los seres humanos, en la amenaza de guerra y en la degradación del medio ambiente. Ya sea en forma de energía inaccesible; los precios de los alimentos en el supermercado que suben y bajan al ritmo de los acontecimientos globales; la inseguridad laboral; viviendas de mala calidad, inadecuadas para proteger a las personas trabajadoras del calor o del frío extremos; o la amenaza de la guerra.

Lo que antes eran acontecimientos excepcionales —olas de calor y megaincendios interminables, tormentas extremas e inundaciones catastróficas, sequías y desertificación creciente— se ha vuelto más frecuente y sus impactos se agravan por la lógica del planeamiento territorial basada en la maximización del beneficio. La desertificación se expande, los incendios arrasan con mayor frecuencia y ferocidad. La naturaleza lanza alarmas; las extinciones masivas y la pérdida de comunidades por la subida del nivel del mar ya están en marcha. Esto no se debe a “fallos del mercado”, a la “mala gestión” de un político o a una “conspiración empresarial”. Este colapso acelerado se deriva de la propia naturaleza del sistema económico actual: un sistema construido sobre el trabajo de la mayoría, con todas las ganancias capturadas por una minoría que dicta la producción y la inversión. Para sobrevivir a la competencia, las empresas sacrifican las necesidades sociales y ecológicas para maximizar beneficios. Todo es prescindible: los salarios de las personas trabajadoras, los ecosistemas, comunidades enteras. El resultado aparece en dos tendencias contradictorias. 

La naturaleza es tratada simultáneamente como recurso gratuito y como vertedero, mientras cada aspecto de la vida —incluida la propia naturaleza— es mercantilizado. La destrucción ambiental se convierte en otra oportunidad de negocio. Cuando un río se contamina, su limpieza pasa a ser un nicho de mercado. Lejos de proteger los ecosistemas, esta lógica los subordina a la rentabilidad. Los cambios en curso como resultado de la contaminación por carbono se ven agravados por el desdén general del capitalismo hacia el medio ambiente: los efectos acumulados de los ataques a la fauna, a nuestras aguas y mares, y al aire que respiramos.

Estos impactos son globales, pero no se soportan por igual. Las multinacionales y los grupos económicos, respaldados por las grandes potencias capitalistas, explotan a los países menos poderosos mediante la depredación de sus recursos, la externalización de la contaminación y el vertido de residuos tóxicos. Mientras tanto, la propaganda nos culpa a nosotros, como si las personas eligieran libremente el transporte que usamos, los alimentos que podemos permitirnos, los lugares donde vivimos o los trabajos que debemos aceptar para sobrevivir. La culpa recae en un sistema que no nos ofrece alternativas reales. En cambio, se hace pagar a la clase trabajadora por la “protección ambiental” mediante impuestos al combustible y la electricidad, mientras las élites contaminantes vuelan en jets privados y corporaciones como TotalEnergies, Shell y los grandes bancos no solo abandonan los objetivos climáticos, sino que ganan millones de euros con soluciones falsas e incluso contraproducentes como el mercado de licencias de carbono. Las comunidades se ven forzadas a una elección cruel: someterse a industrias contaminantes o afrontar el desempleo y la desesperación.

En todo el mundo, la masa política se desplaza cada vez más hacia la derecha y, a medida que lo hace, el discurso niega crecientemente la evidencia del cambio climático y del colapso ambiental. Hay razones para ello: primero, para aglutinar apoyo de la clase trabajadora contra la acción climática presentando la preocupación climática como “woke”, una preocupación burguesa y afectada; segundo, para desviar el debate sobre quién tiene la responsabilidad, los costes y las reparaciones; y, por último, para proteger oportunidades de beneficio.

Financiación, guerra y traición

Uno de los retos clave para combatir el cambio climático y sus consecuencias es la financiación y la cooperación internacional. Especialmente la financiación de los países periféricos, que sufren los peores impactos pese a haber contribuido menos a las emisiones globales. De cumbre en cumbre, las empresas y los gobiernos imperialistas recortan, retrasan o diluyen sus compromisos. 

Mientras la periferia exige 1,3 billones de dólares al año en financiación pública, las grandes potencias occidentales ofrecen solo 300.000 millones para 2035, en gran parte fondos privados e inciertos. Sin embargo, el dinero “ausente” para la protección ambiental aparece de inmediato para la guerra, una fuente “de primera clase” de contaminantes y gases de efecto invernadero. Solo en 2024, los presupuestos militares combinados de los países de la OTAN superaron los 1,5 billones de dólares, los niveles más altos desde las décadas de 1950 y 1960. Estados Unidos impulsa esta nueva lógica de Guerra Fría para mantener su dominio global frente a los países que afirman su soberanía, su derecho al desarrollo y su propio marco de relaciones internacionales, señalando el ascenso de China como objetivo estratégico, y la Unión Europea y el Reino Unido siguen obedientemente. Los miembros de la OTAN prometen ahora hasta el 5% del PIB para gasto armamentístico —un aumento de más de 500.000 millones de dólares, con otros 800.000 millones de euros prometidos por la UE—. Estas cantidades, nunca movilizadas para necesidades sociales o ambientales, se ponen de repente a disposición para la guerra.

Aún peor, el gasto militar de la UE beneficia abrumadoramente al complejo militar-industrial estadounidense, que recibe casi dos tercios de las compras europeas de armamento. A esto se suman las promesas de la Unión Europea de seguir comprando gas de esquisto estadounidense, caro y contaminante, para satisfacer los dictados de Trump: traiciones que socavan nuestra industria, nuestro clima y nuestro futuro. Esta lógica de confrontación, carrera armamentística y guerra desvía recursos y destruye la solidaridad internacional esencial para abordar el cambio climático. La colaboración científica en todo el mundo —china, estadounidense, rusa, europea— hizo posibles los informes climáticos del IPCC. La COP sigue siendo uno de los últimos espacios para dicha cooperación. Sin embargo, este frágil marco está siendo desgarrado por la desvinculación de Estados Unidos y el ascenso de líderes reaccionarios como Milei en Argentina. Se intensifica el entrismo de las propias industrias —petroleras, gran farmacéutica, agroindustria, etc.— cuyos productos siguen facilitando el avance del mundo hacia el desastre climático. En este contexto, apoyamos la Cumbre de los Pueblos en Belém, que reúne a casi un millar de organizaciones de todo el mundo. También apoyaremos a los pueblos indígenas, invitados por primera vez a participar en las negociaciones de la COP por el propio Lula.

Salvar a la humanidad y a la naturaleza, no al capital

Es tentador culpar a dirigentes individuales —denunciar su falta de escrúpulos o su indiferencia hacia la ciencia—. Pero el problema no es de moralidad ni de gestión. El problema es el sistema en sí. No podemos seguir pagando por una destrucción que no causamos. 

No podemos alinearnos con narrativas negacionistas que protegen intereses atrincherados. Tampoco podemos apoyar visiones egoístas que pretenden preservar el medio ambiente de una nación a costa de explotar a otras. Todas estas narrativas dejan intactos los fundamentos de nuestras crisis cotidianas, agravándolas en lugar de resolverlas.

Cuando las decisiones se basan en las necesidades humanas, el conocimiento científico y una visión a largo plazo, los problemas se solucionan. Cuando las decisiones se basan en el beneficio, todo lo demás se sacrifica. La prueba está en las colosales cantidades de alimentos desperdiciados mientras millones pasan hambre, sencillamente porque los empresarios no lograron los beneficios que exigían.

Nuestro compromiso

Ante todo, las organizaciones firmantes nos comprometemos con un nuevo modelo, construido sobre bases claras:
   • Reorganizar la producción para satisfacer de forma eficiente las necesidades humanas reales, promoviendo la producción y el consumo local y poniendo fin a estrategias como la obsolescencia programada que inflan artificialmente el consumo.
   • Reorganizar el transporte, sustituyendo el transporte individual por transporte público, promoviendo el ferrocarril electrificado, recurriendo a una planificación integral, revirtiendo las privatizaciones y penalizando o proscribiendo el uso de los medios más ineficientes y contaminantes.
   • Promover medidas de adaptación y mitigación de las consecuencias inevitables del daño ambiental en curso, lo que implica inversiones en investigación científica, prevención de los efectos de las olas de calor, prevención de plagas, enfermedades y especies invasoras, protección de las zonas costeras, protección frente a inundaciones, así como la adaptación de las áreas urbanas, incluyendo la incorporación de conceptos de adaptación en las políticas de ordenación urbana.
   • Recuperar el control público de la energía y el agua, poniéndolos al servicio de las poblaciones.
   • Reparar y regenerar la destrucción ambiental.
   • Rechazar los mecanismos de mercado —en particular el Mercado Internacional de Carbono— como solución para combatir el cambio climático y la degradación ambiental.
   • Reconocer el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas en materia de responsabilidad ambiental.
   • Rechazar la lógica de endeudar a los países en desarrollo en lo relativo a la inversión necesaria para frenar la degradación ambiental.
   • Reconocer el derecho de cada país y cada pueblo a producir y ser soberano sobre áreas esenciales, como la alimentación.
   • Redirigir los recursos despilfarrados (especulación, publicidad, guerra) hacia las necesidades humanas.
   • Orientar la investigación científica al servicio de las necesidades sociales, no del beneficio privado.
   • Planifcar la economia para alcanzar estos objetivos.
   • Coordinar internacionalmente sobre la base de la solidaridad: compartiendo tecnología y conocimiento para que el progreso científico se difunda rápida y equitativamente.

Somos parte de la Naturaleza, y es deber de todos los pueblos construir este nuevo modelo. La humanidad se encuentra en medio de un desastre ambiental que avanza con rapidez, con los sistemas de los que dependemos para sostener nuestra existencia en este planeta desmoronándose a gran velocidad. Estos cambios no son reversibles en nuestras vidas, y por ello nuestra lucha no trata de recuperar lo ya perdido; trata de lo que podemos hacer, como personas trabajadoras, para limitar los daños y preservar nuestra existencia en el planeta, dentro de una visión del tipo de sociedad que queremos. La apuesta es alta, y por el bien de la humanidad nuestro proyecto socialista debe tener éxito.

Conclusión

Como partidos enraizados en la clase trabajadora y en las mayorías populares, llamamos a todas y todos los demócratas, patriotas y revolucionarios a organizarse y movilizarse para que, juntos, construyamos el mundo que necesitamos. El capitalismo no es inevitable. La historia demuestra que todo sistema acaba colapsando bajo el peso de sus contradicciones. El capitalismo no será la excepción.
 

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