2021, año de resistencia y de solidaridad. Discurso de Año Nuevo de Peter Mertens, presidente del PTB
Viniendo hacia aquí, me he encontrado con un amigo de la infancia que no veía desde hacía mucho tiempo. Ahora es repartidor. Estaba saliendo de su furgoneta con un paquete en la mano, y me ha dicho: "Estoy agotado. Entrego paquetes de Zalando, Amazon... Me paso todo el día en la carretera. Desde primera hora de la mañana hasta por la noche. Haciendo horas extras que no me pagan." Y le he preguntado cuánto dinero ganaba con este trabajo: "No llego ni a 1.400 euros." Un salario miserable. ¿Cómo podemos permitir que esto pase?
Un virus de clase
La mayor mentira del 2020 ha sido, sin duda, la de pretender que el virus es democrático y que afecta por igual a todo el mundo. La realidad es que los ricos se han enriquecido y los pobres se han empobrecido aún más. Digámoslo a las claras: este virus es un virus de clase.
De un lado, tienes a los gigantes del comercio electrónico. Que son los grandes vencedores de esta crisis. Sus beneficios están por las nubes.
De otro lado, tienes a estos conductores con sus furgonetas blancas, los trabajadores que preparan los pedidos, y los que clasifican los paquetes en enormes centros de distribución. Son personas que recorren 20 kilómetros al día y procesan 225 paquetes por hora, por un salario de apenas 10 euros brutos la hora. Personas de todas las nacionalidades, que se alojan en contenedores residenciales y en campings, donde pagan 400 euros por un colchón para una persona. Esto es esclavitud moderna. Pura y simplemente.
Jeff Bezos, el propietario de Amazon, es el hombre más rico del mundo. En plena crisis del coronavirus, ha visto su fortuna aumentar en 78 mil millones de dólares. Mientras que quienes preparan los pedidos han ganado lo mismo pero multiplicado por cero. Por lo tanto, no es sorprendente que los trabajadores de Amazon hayan salido a las calles en todo el mundo: en Francia, Alemania y Polonia, y también en la India y en Bangladesh.
En todas partes es igual. Los ricos accionistas de Amazon se frotan las manos. Su fortuna rebosa a costa de miles de repartidores, comerciantes y trabajadores autónomos que han tenido que cerrar sus tiendas durante el confinamiento. Ahí está la perversidad del capitalismo en tiempos de coronavirus.
Con el PTB, subimos a la palestra para defender a los trabajadores autónomos. Porque las peluquerías están cerradas, los feriantes se están ahogando, el sector cultural está completamente devastado y la mitad de los bares están al borde de la quiebra. ¿Y qué hacen los bancos? Pues presionar a los trabajadores autónomos que son quienes se están llevando la peor parte de momento. Por eso el PTB ha pedido el aplazamiento de todos los pagos sin penalizaciones. Queremos más apoyo y menos impuestos para los autónomos. En Zelzate, la comuna donde estamos en coalición, esta es de hecho la opción que hemos escogido.
Pero también necesitamos mucha más justicia fiscal. El pasado septiembre, el nuevo gobierno había prometido introducir, al fin, un impuesto para las grandes fortunas. Paul Magnette, el presidente del PS, no para de repetir en todos los platós de televisión y redes sociales que va a "hacer pagar a los más fuertes".
Pero cuando miramos más de cerca, por desgracia no queda nada de esa promesa. ¿Y qué dice el Primer Ministro Alexander De Croo? Que de ninguna manera se va a gravar más a los súper ricos. Según él, "los más fuertes están ahí para ayudarnos a subir la cuesta. No sería una opción acertada."
Por lo tanto, el impuesto sobre las cuentas de valores que el gobierno pretende poner en marcha, se lo ahorran las grandes fortunas. Básicamente porque los partidos del gobierno les ofrecen todos los medios legales posibles para poder escaparse. Concretamente porque los más ricos tienen un patrimonio financiero en forma de acciones nominativas que no se va a ver afectado por el impuesto sobre las cuentas de valores. Sin embargo, los pequeños ahorradores, si que pueden tener que vérselas con este impuesto. Es el mundo al revés.
Es comprensible que los liberales se opongan a un impuesto sobre la riqueza, pero no que lo hagan los socialistas y los ecologistas. Y lo peor es que no sólo renuncian a hacer que las grandes fortunas contribuyan, sino que también intentan hacernos creer lo contrario.
En 2021, más que nunca, luchemos juntos por un impuesto sobre la riqueza, digno de ese nombre. Un verdadero impuesto a los millonarios. Ya mismo. Para que no tengamos que ser nosotros quienes paguemos la crisis.
El discurso del PTB, presentado en francés por Raoul Hedebouw, portavoz nacional
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Solidaridad de clase
Cuando el gobierno es incapaz de cubrir las necesidades de la población, la clase obrera se organiza por sí misma bajo un espíritu de solidaridad.
Los trabajadores de la metalurgia de Charleroi recolectaron más de una tonelada de comida para el banco de alimentos. En Amberes, los conductores de autobús prepararon arroz con leche para una residencia de ancianos. Los trabajadores de Safran en Lieja recogieron juguetes para ofrecerle "un San Nicolás a cada niño". La generosidad de la clase obrera se expresa por todo el país. Y es reconfortante para el corazón.
En Francia, después de la Segunda Guerra Mundial, los comunistas del PCF crearon el Auxilio popular: ayuda material y viviendas para las familias. Inspirados en este modelo, organizamos nuestra campaña: Un Invierno Solidario.
Más de tres mil voluntarios de gran corazón participaron en casi 600 proyectos solidarios del PTB en todo el país. Somos el partido de la solidaridad y de las personas que actúan.
Los jóvenes también están pagando un alto precio por esta crisis del coronavirus. Nuestros movimientos juveniles RedFox y Comac movilizaron 600 voluntarios para ayudar a los alumnos con dificultades en la escuela. Recogieron casi mil ordenadores portátiles para estudiantes que los necesitaban. ¿Cómo puede uno seguir las clases de educación a distancia sin tener un ordenador a su disposición?
También necesitas una buena conexión a Internet. No hay nada peor que una wifi mala. Necesitamos wifi para las clases, pero también para estar en contacto con los amigos, jugar una partida de Among Us o ver un concierto en YouTube. Pues ¿sabéis lo qué sería una buena medida en estos tiempos de coronavirus? Internet de banda ancha gratuito para todas y todos.
Wifi accesible a todo el mundo. Es totalmente factible y asequible. Y ayudaría a muchos jóvenes.
Que el 2021 sea el año de los jóvenes, del personal sanitario, de los trabajadores y de los autónomos.
La clase trabajadora
Si hay algo que hemos podido ver con la crisis del coronavirus, es que realmente son ellos quienes hacen que la sociedad funcione. ¿Quién evitó que nos ahogáramos durante la primera ola? ¿Los accionistas, los corredores de bolsa, los gestores de activos? No, son las enfermeras, auxiliares, basureros, trabajadores de la limpieza, estibadores, repartidores, comerciantes, camioneros, trabajadores agrícolas, profesorado, bomberos y muchos otros. Ha sido gracias a la clase obrera cómo hemos conseguido atravesar esta pandemia, y no gracias a la clase de los charlatanes.
En el sector de la sanidad, una de cada cinco personas procede de la inmigración. Lo mismo sucede en los sectores de la limpieza y de la alimentación. La clase trabajadora es particularmente diversa. Así pues, gritar "nuestra gente primero", frente a un virus que está sacudiendo al mundo entero, realmente no tiene ningún sentido. Dejar que nos dividan nos convierte en presas fáciles. Estando juntos es cómo nos hacemos fuertes. En 2021, no vamos a dejar el más mínimo espacio para el racismo y el fascismo.
Ni aquí, ni en los Estados Unidos.
Si queremos derrotar al trumpismo, no deberíamos contar con los miembros de la élite como Joe Biden. Debemos tener el coraje de ponerle nombre a los problemas con los que nos topamos: el racismo, la desigualdad y el capitalismo. No se puede luchar contra la extrema derecha defendiendo el status quo. No debemos volver a la antigua normalidad de la desigualdad y la exclusión. Necesitamos una nueva "normalidad" donde todos cuenten y en la que la clase obrera esté al mando.
La crisis del coronavirus ha situado a la clase trabajadora en primer plano. Les hemos aplaudido, pero ahora es el momento de aumentar los salarios de manera estructural. El aumento de los salarios no es el problema, sino la solución para la crisis.
Salir de la crisis dependerá del poder adquisitivo de la mayoría de la gente. Las trabajadoras y trabajadores tienen derecho a ello. Durante cinco años, unos 40 mil millones de euros han pasado de sus bolsillos a los de los accionistas. Sin embargo, son los trabajadores y no los accionistas, quienes producen la riqueza. Es hora de aumentar los salarios seriamente, entre un 5 y un 6 %, como están exigiendo los sindicatos de los Países Bajos y Alemania.
También hay que subir el salario mínimo. No es normal que una empleada doméstica gane sólo 11,5 euros la hora. De hecho, hemos presentado una propuesta de ley en el Parlamento para aumentar el salario mínimo a 14 euros la hora. Porque, efectivamente, todo el mundo tiene derecho a un salario decente.
Prevención y socialismo
Durante esta pandemia, muchas personas han dado lo mejor de sí mismas. Nuestros hospitales pueden contar con médicos bien formados y con un personal de enfermería increíbles. "Sin embargo, nuestra medicina preventiva es mucho menos sólida", declaraba la célebre viróloga Erika Vlieghe. "No es ninguna coincidencia que países como Cuba, Vietnam y Tailandia hayan salido mejor parados con esta crisis", añade.
Todos estos países disponen de un sistema de medicina preventiva muy desarrollado y cercano a la población.
Para redactar mi libro Los olvidados, pude hablar con K. K. Shailaja, la famosa ministra comunista de Sanidad del estado indio de Kerala. Kerala tiene una población de 35 millones de habitantes, pero ha tenido muy pocas víctimas de covid. ¿Su secreto? Sus centros de salud comunitarios. Cada barrio tiene uno, abierto a todo el mundo. Estos centros emplean un total de 26.000 trabajadores de la prevención, principalmente mujeres. Ellas conocen a todo el vecindario, y tan pronto como se detecta un caso de coronavirus, intervienen para evitar que la epidemia se expanda.
El contraste con nuestro país es impresionante. Somos incapaces de controlar la epidemia de coronavirus. Ni siquiera estamos en disposición de vacunar a todo el mundo rápidamente.
Necesitamos revisar nuestro sistema sanitario de arriba a abajo. Esa es la lección que hay que sacar de esta pandemia. Operar de manera más local y menos de arriba hacia abajo. De una manera más integrada y menos fragmentada. Con más pruebas y rastreo de contactos, y menos confinamientos. Una mejora en la política de salud preventiva puede salvar vidas.
Cuba, por ejemplo, es pionera en este campo. En pleno confinamiento, las brigadas médicas cubanas vinieron para establecer un hospital de campaña en Italia. Un pequeño país del sur volaba para rescatar a un rico país del norte. "No somos héroes", decían los cubanos, "compartimos lo que tenemos". Si queréis mi opinión, los médicos cubanos merecen el Premio Nobel de la Paz. Algunos países exportan armas, Cuba en cambio exporta solidaridad.
El 2020 ha sido un año de doble cara, como la cabeza del dios Jano. Un año de coronavirus, de confinamiento social, soledad y mucha frustración. Pero también ha sido un año de solidaridad, con estrellas que sólo se vislumbran cuando se hace oscuro.
Este año, dejemos el virus atrás del todo. Que el 2021 sea un año de esperanza, de encantamiento y de vida. Un año de amistad, de empatía y de resistencia. Porque sabemos que nada cambiará por sí solo.
Levanto mi copa a vuestra salud porque no estáis solos.
Juntos somos fuertes. Viva el socialismo.